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Matucana On Fire!!!

De Matucana con amor

Rescatando los terrenos huérfanos

jueves, 11 de diciembre de 2008
Dos lugares fácilmente reconocibles del barrio Matucana. Uno fue, el otro iba a ser. Comparten el hecho de verse abandonados, a ojos de los vecinos del sector. Sin embargo, cada uno tiene realidades diferentes. Esta es la historia de un agujero que parece tener un camino para ver la luz, y una Posta que se encuentra en estado terminal.

Justo en la esquina donde se topan las calles Catedral y Chacabuco, se encuentra el negocio de don Ángel Guzmán. Un pequeño bazar que ni siquiera tiene nombre, donde se mezclan las papas fritas con las cartulinas y las bebidas con el papel crepé. De esos lugares donde se compran los materiales para ir al colegio el día siguiente. La ubicación de la tienda era estratégica antaño. Estaba justo al frente de la Posta Nº 3, oficialmente conocida como “Unidad de Emergencias San Juan de Dios”. “Eran otros tiempos. Mi tienda se llenaba de gente que salía de la Posta para comprar alguna cosa que pudiera engañar el diente. Se hacían buenas ventas”, cuenta don Ángel mientras señala con el dedo un antiguo edificio en el que se encontraba el polémico recinto asistencial hasta hace algunos años.

Y es que ese antiguo edificio era conocido por su falta de recursos, tanto de personal como materiales, y la gente se moría esperando ser atendida. Una realidad que se presentó durante al menos 30 años.

Pero don Ángel señala otro lugar que está justo al lado de su tienda. Se trata de un gigantesco hoyo que cubre casi toda una cuadra, entre las calles Matucana y Chacabuco. Un agujero que lleva cerca de dos años cercado, sin que se sepa ciertamente que ocurrirá con él. “Se supone que iban a construir una estación intermodal ahí, por el tema del Transantiago y de la estación de Metro que se encuentra al frente de él (Quinta Normal)”, dice. Y explica que sólo se hicieron parte de los cimientos de la construcción, porque en plena excavación se encontraron restos de un cementerio incaico. “Cerraron el lugar, y se pusieron a esperar la resolución de algo, pero no sé de qué”, remata. Son dos lugares que a simple vista están abandonados a su suerte, pero que enfrentan distintas realidades: A cada uno le espera un futuro distinto.

El recinto que necesita ir urgente a la Posta

Inaugurada en 1935, la Posta 3 se dedicaba a tratar problemas de índole dental. Sin embargo, a partir de 1975 sus servicios se ampliaron a todo tipo de casos. En el año 2003, el funcionamiento de este centro asistencial se trasladó hacia el edificio del Centro de Diagnóstico y Tratamiento (CDT), debido a la alta demanda de pacientes, que en 30 años no fue capaz de soportar. Hoy, el edificio antiguo tiene una pequeña parte que funciona como registro civil, para egreso de fallecidos, certificados de nacimiento y de antecedentes.

El problema es el mal estado en el que se encuentra la construcción: Vidrios rotos, paredes sucias y descascaradas, falta de aseo y cables que cuelgan peligrosamente desde los muros. Es lo que se puede apreciar al echarle un vistazo al lugar.

Según Ximena Galleguillos, asesora periodística del candidato a alcalde por Santiago, Jaime Ravinet, los vecinos se han movido de forma organizada para tratar de solucionar el problema. “La gente del sector ha propuesto recuperar la Posta y transformarla en una Estación Médica de Barrio, pero no ha habido apoyo político para llevarlo a cabo. Si es que llega a salir elegido Ravinet, el tema será revisado”, aclara.

En la Municipalidad de Santiago, sin embargo, explican que no se puede hacer nada por el recinto, ya que no pertenece a su jurisdicción. “Nosotros no podemos meterle plata a la antigua Posta 3, porque no es del municipio”, explica Ximena Rodríguez, uno de los arquitectos que trabajan en el departamento de edificaciones de la alcaldía. Aclara también que la única forma en que el municipio pueda entregar recursos a este tipo de casos, es cuando la edificación representa un peligro público para el sector. En otras palabras, si está a punto de derrumbarse y comprometer físicamente a los vecinos. “Para establecer eso, tiene que ir un grupo de personas representantes de la municipalidad y constatar que el inmueble es potencialmente peligroso, pero también se pueden hacer denuncias”, acota la arquitecta.

Esto es algo conocido en la sede del comando de Pablo Zalaquett, el candidato de la Alianza para la alcaldía de Santiago. “Sabemos que, como municipio, no podemos intervenir por la Posta 3, ya que no perteneces a la municipalidad. Es por eso que dentro de nuestro proyecto, está presupuestado crear otras 10 postas en la comuna, para tratar de paliar un poco la gran demanda que sigue teniendo el recinto asistencial, ahora ubicado en la calle Portales, más allá de que se haya cambiado de lugar”, explica Roberto Soto, coordinador de la campaña del candidato UDI.

Lo que Ximena Rodríguez no dijo, es que la alcaldía mantiene un litigio legal con el Servicio de Salud Metropolitano Occidente, que administra el Hospital San Juan de Dios y sus anexos, donde se incluye el CDT y la Posta 3. Esto que impide intervenir el edificio para mejorarlo. “Mientras no se concluya el conflicto entre la Municipalidad de Santiago y el SSM, no se puede hacer nada por esa construcción”, señala Clara Pérez, encargada del departamento de relaciones públicas del Centro de Diagnóstico y Tratamiento. La paradoja es que pareciera que el ex recinto asistencial fuera un enfermo al que están tramitando, al igual que muchos de los pacientes que ahí trataron de atenderse.

Un hoyo cultural

Dentro del Estudio de Impacto Ambiental de la segunda etapa del proyecto de extensión poniente de la línea 5 del Metro, figuraba haber encontrado un cementerio del periodo “alfarero tardío” de Chile central de 1400-1500 d.c. El grupo de tumbas fue localizado por los trabajadores en el 2006, en el sector de la Estación Quinta Normal, en la vereda oriente de la calle Matucana. La intención era crear un museo en ese lugar que se llamaría “Museo de la Memoria”. Pero desde ese tiempo que el hoyo sigue ahí.

Ximena Galleguillos explica que, a pesar de que el MOP es el dueño de ese terreno, es un tema que debe tratar el Consejo de Monumentos Nacional, debido a la naturaleza del hallazgo. Un extracto del informe que realizaron miembros del comando de Ravinet, mostrado por Ximena señala que la declaración de impacto ambiental obtuvo la designación de “Calificación Ambiental”, por lo que el Consejo de Monumentos Nacionales dio el visto bueno para comenzar el rescate de la totalidad de las tumbas que se detectaron. Además de eso, dentro del mismo informe se expresa que se dio la autorización para llevar a cabo una excavación de carácter arqueológica en torno a la primera excavación, en la cual se encontraron los primeros restos. Esta segunda excavación lleva por nombre “área 2”, y es la que está pendiente aún para terminar el proceso de recolección.

Sobre el tema del museo, la arquitecta de la municipalidad cuenta. “Hace más menos un mes que llegó el proyecto para construir en el lugar señalado un museo (de la Memoria). Éste se encuentra en proceso de ser aceptado por el municipio para poder comenzar las obras de construcción. Es un proceso que tarda alrededor de cuatro meses, por lo que debería ser aprobado para cuando esté la nueva administración de la comuna, luego de las elecciones”, señala la arquitecta Rodríguez. Sólo falta ver que pasen los meses de trámites pertinentes y que se de inicio a la construcción del proyecto. Para que ese hoyo deje de ser un “evento” más en el entorno del barrio Matucana.

Tal vez don Ángel no lo sepa hasta que empiecen las obras, pero al menos, uno de los dos lugares que se ven abandonados, espera por un mejor futuro. La Posta 3 deberá seguir agonizando mientras se encuentra alguna solución. Y el hoyo del cementerio Inca, dejaría de ser un agujero sin sentido para hacer su aporte al renacido sector cultural del barrio a través de un museo.

Ferreteros unidos. Pasado, presente y futuro

En la segunda parte de la década de los 40, cuatro personas se ubicaron en las orillas del río Mapocho, cerca de lo que ahora se llama “El puente los carros”. Se situaron al lado de las pérgolas, aquellas que despedían a los difuntos en su último viaje, para ofrecer herramientas usadas a los transeúntes. Hoy, después de cerca de 60 años, 85 personas continúan con la tradición iniciada en ese entonces, dando forma al Centro Ferretero de Santiago, un centro comercial que lleva 12 años ofreciendo sus productos en el barrio de Matucana.

Ubicado en la calle Matucana 61, un galpón se abre todos los días a las nueve de la mañana para ofrecer artículos de construcción y ferretería a aquellos que pasen por el lugar. 85 son los locatarios que continúan una tradición generacional que proviene de más de medio siglo atrás, cuando el, en ese entonces, “mercado ferretero” no lo componían más de cuatro personas. Bastante tiempo ha pasado desde aquel entonces. Bien lo sabe doña Luisa Espinoza, una de las personas que más tiempo lleva trabajando en el Centro Ferretero de Santiago. Con poco más de 70 años hoy en día, comenzó a los 10, ayudando a sus padres a vender herramientas usadas. “En esos tiempos, no eran más de cuatro personas, recién estábamos empezando”, dice. No se ofrecían artículos nuevos, cuenta, simplemente porque no había o no se tenía el dinero para comprarlos. “Nos colocábamos en el suelo, igual como ahora lo hacen algunos que después arrancan cuando vienen los carabineros”, comenta y suelta una carcajada. Así fue hasta que un tiempo después, la municipalidad construyó unas pérgolas para las personas que vendían flores en el sector, pero que nunca ocuparon. “El problema es que ese lugar no tenía agua, entonces no le servía a los floristas, por lo que lo dejaron tirado. Entonces nosotros nos ubicamos ahí. No le dijimos a nadie, pero nunca nos hicieron problema por eso”, cuenta Luisa. Él único momento conflictivo para ellos, era cuando pasaban carrozas fúnebres con fallecidos que eran importantes. “Cuando pasaban regidores o diputados difuntos, teníamos que sacar las cosas porque se veía feo. Como teníamos puros cachureos, nos obligaban a cerrar”, relata. Esa fue su primera ubicación

Cuando ya empezaron a ser más personas las que se ponían a vender herramientas, los trataron de sacar del lugar. “Mandaban camiones de basura para llevarse nuestras cosas y tirarlas. Así que empezamos a ver otro sector para ubicarnos. Éramos como 80 personas en ese tiempo”, dice Luisa. Entonces se situaron en una parte de la ex Cárcel Pública de Santiago, hoy demolida. “Ahí la municipalidad nos hizo unos locales pequeños para vender nuestras cosas. Seguramente el alcalde de ese tiempo nos quería”, comenta, aludiendo a José Santos Salas, quien presidiera en la comuna de Santiago entre 1946 y 1950.

En ese lugar estuvieron arrendando por usar el terreno, hasta que se les avisó que el edificio iba a ser demolido. “De todas formas pasó mucho tiempo antes de que se nos fuéramos”, relata Luisa. Fue en la década de los 90 cuando se les solicitó la salida del lugar. “El alcalde Jaime Ravinet nos dio la posibilidad de venirnos acá a Matucana. Era un terreno que se estaba vendiendo y él nos lo recomendó para comprarlo”, cuenta José Carroza, uno de los vendedores del centro comercial, y también el presidente de la ACOMEP (Asociación de Comerciantes del Mercado Persa), una sociedad anónima cerrada que lleva las riendas del Centro Ferretero de Santiago. Claro que esto no estuvo exento de problemas. “Tratamos de pedir un crédito a través del Banco BCI, ya que varios tenemos cuentas ahí, pero éste no lo aprobó. Tuvimos que esperar a que Ravinet nos consiguiera un crédito con el Banco del Desarrollo para poder empezar a ver el tema de los dividendos. Gracias a don Jaime, el banco nos abrió las puertas y nos permitió comenzar este sueño”, cuenta.

Dentro de las bases del directorio, está establecida la protección para los dueños del los locales, no cualquiera puede adquirir un espacio en el centro comercial. “Somos muy meticulosos en ese sentido. Si queda algún puesto vacante y quiere ser llenado por una persona ajena al lugar, tiene que pasar por ciertos requisitos” explica José. Estos requisitos tienen que ver, por ejemplo, con el hecho de no ser importador, no pertenecer a empresas ferreteras grandes, no pertenecer a una sociedad comercial, entre otros. La idea, según José, es que todos sean pequeños empresarios. ”No dejamos que entre gente que pueda destruir el trabajo de nuestros colegas, y la imagen del lugar”, termina de acotar. La mayoría de los locales del centro comercial están administrados por generaciones completas de familias, que llegan a concentrar entre 10 y 15 tiendas por núcleo. “Acá trabajo yo, mis hijos, mis nueras, sobrinos, y hasta nietos. Todos en locales distintos” acota Luisa.

De todas formas tanto él como doña Luisa están felices. Es que sólo les queda un mes para terminar de pagar los dividendos y adquirir de forma definitiva los terrenos del lugar. “Fue complicado, porque empezamos a pagar justo en el momento de la crisis asiática, y los primeros tres años fueron durísimos. En algún momento pensábamos que no lo íbamos a lograr. Pero de a poco todo fue mejorando y comenzó a haber una estabilidad que se mantiene hasta el día de hoy. Trasladar la clientela desde Mapocho hasta acá fue, tal vez, lo más complicado”, comenta José y agrega. “Lo divertido de todo esto es que empezamos a pagar con una crisis a cuestas, y vamos a terminar de pagar con otra crisis encima”, dice. Felicidad que es compartida por Isabel Saperas, otra de las locatarias que ofrecen herramientas. Hace 17 años que trabaja en el lugar y dice estar feliz con su trabajo porque le permite hacer las cosas que le gustan. “Me hace sentir útil, además de que comparto con la gente y los clientes. Y tengo tiempo para leer también o ver televisión. Además, me gusta atender a hombres, porque saben lo que quieren comprar y no se andan con tanto rodeo como las mujeres”, cuenta esta fanática de los libros de Isabel Allende. Aunque está consciente de los peligros que ofrece trabajar en un lugar lleno de objetos contundentes. “Una vez me pegue con un rastrillo en la cara y tuve un moretón que no se fue en semanas. O también un día alguien puso un chuzo colgando del techo y se me cayó encima. Yo me tocaba la cabeza y sentía correr la sangre” comenta mientras le vende unas cuchillas a un hombre, de esas que sirven para sacar la cosecha de trigo. La misma sensación de utilidad es la que siente Luisa. “Acá todos los días son distintos, pasan cosas distintas. Eso hace que los días sean entretenidos. Si sólo estuviera en mi casa, haría las mismas cosas siempre: Hacer aseo, cocinar, ver televisión. Sería monótono” expresa.

Lo que llama la atención, es la gran cantidad de mujeres que se dedican a vender este tipo de artículos en el centro comercial. Artículos que son más asociados a los hombres. “Es que los hombres creen que una no sabe nada de estas cosas. Es parte de nuestra cultura machista”, dice Luisa, y agrega. “Muchas veces yo tengo que enseñarle a los hombres que vienen a consultar herramientas, porque se dan muchas vueltas tratando de explicar lo que necesitan”. Por otra parte, Isabel asegura que tiene que ver con el trato. “Las mujeres somos mejores vendedoras que los hombres, porque sabemos tratar mucho mejor a la clientela”, señala.

A la hora de las comparaciones entre la antigua ubicación en Mapocho y la actual, José argumenta que es como comparar a Pelé con Maradona. “Para la gente que trabajaba desde antes del cambio de recinto, dice que era mejor antes. Los que están después del cambio dicen que es mejor ahora”, cuenta. La diferencia se aprecia más notoriamente en el tamaño de los locales y los pasillos, que ahora son mucho más grandes que los antiguos, además de ser mucho más limpios, según explica Luisa. “Por lo demás, acá se habla de centro comercial, mientras que al antiguo lugar le decían persa”, sentencia Isabel.

Lo que se viene a futuro para el Centro Ferretero de Santiago está más o menos claro. “En un plazo de más o menos de entre tres y seis meses, vamos a pintar la fachada exterior, armar nuevos letreros para las tiendas, arreglar cosas que se han ido postergando para poder estar al día con las cuentas del banco, etc. La idea es volver a darle vida a la estructura, refaccionando todo lo que haya que arreglar, crear logos nuevos, cosas de ese tipo. De acá a medio año más, esto va a quedar espectacular”, señala José.

Ya son las 19 horas y el centro comercial empieza a bajar sus cortinas. “Generalmente, acá se cierra como a las siete y media, pero yo me voy como a las siete”, dice Isabel. Y es que tiene un motivo importante para irse antes. “Es que dan la teleserie y no me la pierdo. Me encantan las teleseries brasileñas”, cuenta, mientras cierra el local para irse. Un poco más al fondo por el pasillo, se ve a doña Luisa leyendo una revista (Clientes & Proveedores) donde le hicieron un reportaje hace algunos años. José se ve más lejos aún, pero está vendiéndole un par de guantes a un caballero con rasgos faciales asiáticos. La última venta del día antes de cerrar.

Solo ante la vida

Cuando vivir se traduce en el hecho de recordar lo que fuimos. Cuando se vive del pasado en un presente que no nos trae nada nuevo. Cuando sentimos que ya está todo hecho y que no hay más en nuestra vida para nosotros. Esta es la historia de una persona que enfrenta el segundo tiempo de su vida en soledad.

Mediodía de un Viernes. Caminando raudo y veloz se encuentra paseando por los interiores del parque Quinta Normal. Observa el lago y a los niños arriba de los botes que ahí navegan. Ve un banco que está junto al lago, cerca del Museo Nacional de Historia Natural y se sienta a descansar. Cierra los ojos y se deja llevar por el sonido de los árboles y de la gente que pasa por el lugar. Pero su mente no está ahí, sino que viaja a través de los años, de recuerdos y recuerdos de una vida mejor. Al rato, ve a un muchacho sentado en la banca de al lado. “Amigo, ¿tiene un cigarro?”, le pregunta. “No fumo”, fue la respuesta del muchacho. La tranquilidad del parque daba paso al ruido de los niños que pasaban frente a ellos con el lago de fondo, casi como una postal de primavera.

No conoció a su abuelo (Del cual ni siquiera recuerda el nombre), pero en más de alguna ocasión, su padre le contó la historia de él. Suizo de nacimiento, viajó a principios del siglo XX a Italia en busca de una mejor vida. Una vez en Roma, estudió Ingeniería en Mecánica. “En ese tiempo, significaba ser tornero”, explica. Luego partió a Yugoslavia y ahí conoció a la que sería su esposa. Con ella vivió desde entonces en Sarajevo, hasta que se encontró de frente con la Primera Guerra Mundial. Cuando el conflicto bélico se desató, ambos huyeron tomando el primer barco que saliera del país, con la suerte de recalar en las costas de Punta Arenas. De ahí no salieron nunca más. “Ese es el origen del apellido paterno Borelli”, cuenta don Víctor, profesor de matemáticas, que a sus cuarenta y ocho años ve la vida desde su pasado. Y aunque no es tan viajero como su abuelo, o como su padre, se ha movido por varios lugares del Gran Santiago, desde Puente Alto a Estación Central.

De profesor, a contador, a esquizofrénico, a estar solo.

Siempre fue bueno para las Matemáticas. Cuando iba en el colegio una vez un profesor lo acusó de haberse puesto un 7.0 en el libro en dicho ramo. Cosa que, según el joven Víctor, era falso. Para solucionar el problema, le propuso a su profesor hacer una prueba: Si respondía todo bien, se le mantenía el siete. Si se equivocaba en algo, lo borraba. El problema era que la materia de la prueba era algo que todavía no pasaban en clases: los siempre bienvenidos logaritmos. “No importa” dijo el adolescente Víctor, y respondió todas las preguntas correctamente.

Más adelante, estudiaría en el Pedagógico (Ahora UMCE), en donde egresaría como profesor de matemáticas en 1983. Y ejerció inmediatamente en colegios como el Santa Rosa, San José de la Estrella o en liceos como el Politécnico San Luis. Luego, sacó un título de contador, “El año 2002 o 2003”, señala. Y agrega. “Podría haber sacado auditoria en la Universidad, pero para mí esto era un hobbie, algo en qué entretenerme. Entonces no tenía sentido que lo hiciese. Ya había jubilado, tenía mi plata. Así que era simplemente para matar el tiempo en algo”, cuenta don Víctor.

A principios de los 90, conoció a Marianela Toro, la que posteriormente se transformaría en su esposa. La conoció en una fiesta donde fue invitado por la polola anterior a ella que tuvo don Víctor. Aunque no hubo mayor atracción entre ellos en ese momento, fueron las citas posteriores en las que empezaron a conocerse más y a finalmente enamorarse. La pareja se caso en 1992 teniendo a una única hija, Macarena, dos años más tarde. Sin embargo, la relación no prosperó debido a los celos enfermizos, según dice don Víctor “La Marianela era una persona muy celosa, tanto así que llegó desconfiar de su propia madre al pensar que mi suegra y yo teníamos una relación a escondidas. ‘Oye, pero cómo se te ocurre mirar a mi mamá’, me decía. Eso provocó una mala relación entre ellas también”. Una vez que se separaron, su ex mujer y su hija partieron a Con Con el año 2000. A partir de esto, y sin familiares vivos en Santiago, don Víctor quedó sólo. Luego de ejercer como contador por cerca de un año y medio, quedó sin trabajo.

Don Víctor se levanta, tiene ganas de ir al baño. Camina unos pocos metros hasta llegar donde Lía Aronowsky, una señora de edad que atiende los sanitarios públicos del parque. Dice ella que ve mucho a don Víctor, casi todos los días, paseando solitario por los rincones del parque. “Es una persona tranquila, amable, que no tiene problemas con nadie. Aunque no hablo mucho con él”, cuenta, mientras se oye un pequeño televisor emitiendo un conocido programa de farándula.

Para cuando don Víctor regresa, cuenta algo llamativo de sus padres. “Mi papá era allendista hasta los huesos. Mi mamá, derechista a morir. Por eso yo terminé siendo del medio, identificado con la DC. Cuando estuvo el gobierno socialista de Allende, mi papá era jefe del JAP (Junta de Abastecimiento y Precios) de Ñuñoa, y mi mamá andaba enojada por eso con él. Siempre le gritaba ‘¡cómo anday metido en eso, erís un comunista de mierda!’. Cuando llegó el golpe de estado y asumió Pinochet, mi mamá le dijo a mi papá que arrancara. Así estuvo desaparecido como 3 meses, antes de volver a la casa”. Ha pasado cerca de una hora de conversación, cuando don Víctor saca de su bolso, que siempre lleva a todos lados, agua y unas pastillas. “Es que sufro de Esquizofrenia”, señala.

Desde los 15 años que don Víctor sufre de esa enfermedad psicológica. Al parecer, fue heredada desde su abuelo paterno, aquél que escapando de Europa llegó a Chile. Ahora, según dice don Víctor, su abuelo jamás se trató la enfermedad. Cuando su madre supo lo del abuelo, estuvo pendiente por si el caso se repetía en don Víctor, cosa que a la larga sucedió. En cuanto se dieron cuenta que padecía de esquizofrenia, la madre lo puso de inmediato en tratamiento, con pastillas y dos visitas al médico durante el año. Una costumbre que continúa hasta el día de hoy, y que le ha evitado tener crisis o ser internado alguna vez en su vida.

Llegan unas personas que conocen a don Víctor. Lo saludan, le conversan un poco. Entre ellos está José, un vagabundo que huyó de casa hace tantos años que, según dice, ya no se acuerda cuando fue. Él ha compartido con don Víctor durante estos últimos meses. “Es muy buena gente, bueno para conversar, y siempre nos regala cigarros”, señala. Aunque también dice que no lo conoce más allá de lo que se ven en el parque. Esta vez no hay cigarros, ya que el mismo Víctor se levantó de la banca frente al lago para pedirle a una chica que pasaba por ahí uno de esos tubos de tabaco envueltos en papel.

Una familia de viajeros

Así como sus abuelos viajaron una gran distancia para llegar a nuestro país, los hijos de ellos (Los tíos, y el padre de don Víctor), se repartieron por todo Chile. Santiago, Valparaíso y Puerto Montt, fueron algunos de los destinos de todos ellos. El padre de don Víctor trabajaba de camionero y recorría todo Chile y Sudamérica con su camión. Y fue en uno de esos viajes en el que conoció al amor de su vida. “Se conocieron en la década del 50, en medio de una pelea. Un día, mi papá estaba almorzando en un restaurante chiquitito en Valdivia. Mi papá y mis tíos eran rubios y de ojos azules, entonces, empezaron a molestar a una persona con rasgos indígenas. Eso a mi mamá, que también estaba ahí, le dio pena. ‘Este gringo se las trae’, dijo mi mamá. En eso estaban cuando el molestado se enojó de verdad y saco una pistola para dispararles a todos. Mi papá, no sé cómo, lo agarra del brazo y le manda un puñetazo que lo dejó en el suelo y aturdido. A partir de eso mi mamá y mi papá se conocieron y se enamoraron. Lo divertido es que después mi papá le pidió disculpas a este caballero y terminaron siendo amigos”, comenta. En 1959 se casaron, y al año siguiente nació Víctor Borelli Sandoval en el Hospital San Borja, en Santiago de Chile. “Mi padre murió el año 94, producto de un cáncer al pulmón, mientras que mi madre falleció de alzheimer el 2005. Desde esa fecha dejé de vivir en Puente Alto y empecé a vagabundear hasta llegar a la Hospedería Padre Lavín, en donde estoy desde hace más o menos un año y medio”. Quedó sin hermanos, ya que su madre, por una anomalía biológica, sólo podía tener un hijo en su vida.

De vuelta a la realidad

Don Víctor se levanta a las 8 de la mañana todos los días y ordena un poco su habitación. Se lava, se viste y toma desayuno, para luego salir a pasear por la Quinta Normal. Está ahí, más o menos desde las 12 del día hasta cerca de las 4 de la tarde, cuando regresa a la hospedería. Durante ese periodo de tiempo, se dedica a pensar y pensar, a vivir de su pasado. Él dice que cuando se sienta a mirar, no mira, sino que su cerebro lo transporta a otro mundo. A su juventud, cuando tenía objetivos en la vida. El Víctor Borelli de hoy es una persona que no tiene objetivos para sí. “Qué más puedo hacer si ya lo he hecho todo”, señala, mientras observa el lago frente al banco que nos ha albergado por dos horas. Puede pasar mucho tiempo sin moverse del lugar donde se encuentra, como en un estado de trance. Algo que inquieta a María Jesús Donoso, una jovencita de 22 años que viaja todos los días desde Maipú hasta la Quinta Normal para ofrecer pequeños objetos artesanales a la gente que visita el lugar.

“A veces lo veo tendido en el pasto, como haciendo nada, con la mirada perdida. Y eso me asusta un poco. Como yo vengo todos los días para acá, generalmente lo veo siempre con la misma expresión. He hablado un poco con él, pero igual me genera desconfianza”, señala María Jesús, sin esconder su visión sobre él.
Don Víctor cree que ya no tiene nada más que hacer, que con lo que le dan de su jubilación (Adelantada por su enfermedad), más el arriendo de la casa que sus padres le dejaron como herencia en Puente Alto, tiene para sobrevivir tranquilamente. Pero ya no se plantea metas nuevas ni intereses. Sólo piensa hacia atrás, en los momentos más felices de su vida según dice. “A lo mejor me pongo a invertir en la bolsa, y a especular para ver si gano algo de plata. Pero no aún, porque es cansador y no sé si aún estoy para esos trotes”.

Don Víctor se levanta del banco frente al lago que fue testigo de la conversación, trata de conseguirse un último cigarro con una señora que va pasando. Ya son las 3 de la tarde y tiene planeado ir a almorzar a alguna parte donde le ofrezcan algo rico, pero económico. Toma su bolso, el cual nunca dejó de lado y se despide con un apretón de manos. A lo lejos se ve caminando, rodeando el lago que se encuentra en el parque hasta llegar a la salida por avenida. Santo Domingo. Se va entremedio de los árboles que se mueven desordenadamente con el viento que corre, casi como una postal de primavera.

El Barrio de los Contrastes

El barrio Matucana se ha caracterizado en los últimos años por su desarrollo en el ámbito cultural, especialmente en el sector de Quinta Normal y sus alrededores. Sin embargo, la delincuencia y la peligrosidad ha ido creciendo, según dicen sus habitantes. De todas formas, no sólo es un espacio para la cultura, sino también un amplio sector comercial e industrial.

Inserto en el límite entre Santiago y Estación Central, ahí está Matucana. En los últimos años ha tenido un renacimiento gracias a la gran gama de instituciones culturales que se le han ido incorporando: La Biblioteca de Santiago y Matucana 100, además de la Quinta Normal, en la cual se ubican el Museo de Historia Natural, el MAC, y la Corporación Cultural Balmaceda 1215. Además de universidades y liceos emblemáticos que nutre a este sector de jóvenes. Sin embargo, el barrio no solamente tiene a su haber espacios culturales, sino que también de comercio. Especialmente entre las calles Matucana y Chacabuco, donde se venden artículos industriales y ferreteros. En estas vías las residencias son casi inexistentes, más allá de algunos “cités”.

En Matucana con Alameda comienza el viaje por el barrio, donde se aprecian edificios de cuatro pisos y rojos, que abarcan la primera cuadra de la vereda sur en Matucana. Hacia el norte, hay un gran número de tiendas comerciales, fuentes de soda, funerarias y ferreterías cuyas fachadas se aprecian sucias y con falta de mantenimiento. Esto da forma a un contraste entre las veredas y la calle: Mientras las primeras tienen hoyos, papeles y falta de limpieza, la calle destaca por su cuidado y buen estado. Un lugar tranquilo, según afirma Jaqueline Chacón, alumna del Liceo 4 de niñas (Ex Liceo Nº 2). “Hace dos años que estoy estudiando acá. He andado sola y nunca me ha pasado nada, es bien tranquilo de día. Nunca he visto nada extraño, ni en los paraderos ni en la calle. Hay mucha gente que transita por acá, así que es más bien seguro”, dice. Sin embargo, cambia su opinión para referirse de la Quinta Normal. “No me gusta para allá, porque he sabido que asaltan”.

Una opinión que comparte doña Isabel, que trabaja en el Centro Ferretero de Santiago. El lugar, ubicado entre las calles Erasmo Escala y Matucana, ha albergado a esta mujer durante los últimos 12 años, en el cual vende todo tipo de artículos de construcción “Al barrio Matucana yo lo amo. Últimamente se ha revitalizado hacia el norte, con construcciones de carácter cultural. Donde estaba la escuela de agricultura de la Universidad de Chile ahora está el MAC. También se construyó la nueva Posta 3. Como digo, el barrio se ha revitalizado harto”, cuenta. Sobre la seguridad, ella afirma que la calle Matucana es muy tranquila. “De los 12 años que llevo aquí, solo una vez me robaron. Yo me voy a pie para mi casa y nunca me ha pasado nada. Ella opina distinto sobre la Quinta Normal. El que te contó que ese sector es peligroso es un mentiroso. Lo que pasa es que, a veces, en las noches los borrachitos se meten en el parque a dormir. Pero nunca, nunca, he sabido de un hecho delictual dentro de la Quinta”, relata, mientras atiende a un caballero que consulta por unos martillos.

El comercio en Av. Matucana comienza a desaparecer cerca de la calle Portales. Allí emerge un nuevo sector netamente cultural y de servicio a la comunidad, gracias a lo cual se muestra hoy como la carta de presentación del barrio. Tanto así, que se creo un proyecto llamado “Circuito Cultural Santiago Poniente”, en el cual se concentran varias instituciones del barrio, para dar forma a un “recorrido cultural”. La Biblioteca de Santiago, un proyecto que llevó a cabo el presidente Lagos en la que se usó una fachada construida en los años 30; y el centro “Matucana 100”, que servía de bodega para los trenes que llegaban hasta la estación Mapocho, aparecen caminando más hacia el norte. Al llegar a la avenida Portales, se puede apreciar el Hospital San Juan de Dios. Justo en frente de él, se encuentra la Quinta Normal. En este parque se ubica gran parte de las instituciones culturales del barrio, por nombrar sólo un par, El Museo de Arte Contemporáneo y el Museo Infantil. Un parque, que en el día es bastante tranquilo, según afirma don Luis. Él lleva más de 15 años trabajando como guardaparques y comenta los cambios que ha habido a lo largo de los años en el lugar. “Gracias al nuevo sistema de casetas que pusieron en el parque hace más o menos 4 años, se ha tranquilizado el lugar. Antes, cualquiera entraba y se ponía a tomar, especialmente los escolares (Cerca de la Quinta, en la calle Santo Domingo, se encuentra el INBA). Teníamos varios problemas para poder controlar a la gente que hacía ingreso, así que con esta nueva medida, las cosas mejoraron mucho”, dice. Sin embargo, también revela la realidad que envuelve el lugar durante la noche. “Es muy peligroso, especialmente en la parte de Portales con Matucana, en donde siempre hay lanzazos y peleas entre jóvenes que vienen bajando desde la avenida San Pablo. El plan cuadrante brilla por su ausencia, y que yo sepa, no ha habido instancias para mejorar la situación”, comenta el guardia.

Una opinión que es compartida por Augusto Castro, quien desde hace dos años es bombero del Servicentro Copec, ubicado en Compañía con Chacabuco. “Cuando llegué era más tranquilo. Ahora ha ido cambiando para mal, veo más delincuencia. Incluso acá en la bomba asaltan cerca de dos veces al mes. Lo hacen de día y de noche, total, ellos no tienen horario. Llega harta gente de otros lados, especialmente el fin de semana, que es cuando se hacen complicado el horario nocturno. En la semana es más tranquilo”. Castro no tiene dudas al afirmar que está esperando que su hijo salga de 4to Medio para salirse del trabajo.

En el camino van apareciendo personas que llevan poco tiempo en el lugar, como otros que tienen toda una vida arraigada a estos suelos. En el primer caso, se encuentra Cecilia Velásquez, dueña de una típica tienda de barrio. Hace un año que vive en la calle Catedral y describe al sector como tranquilo, ya que nunca le han asaltado. Eso si, dice que a sus vecinos si le han robado en reiteradas ocasiones. “Me siento bastante conforme, aunque siempre he vivido en el centro de Santiago. Viví un tiempo en Puente Alto y me gusta mucho más acá porque te queda todo cerca, porque hay un buen ambiente. Hoy en día, ninguna parte es segura, pero me siento mejor en este lugar”, cuenta. Frente a la situación de la Quinta Normal dice que no lo visita. “No me gusta el ambiente de ahí”. También comenta sobre las construcciones que ha visto en el tiempo que lleva viviendo en el barrio. “Hace tiempo que dejaron de construirse casas acá. Ahora sólo se hacen departamentos, especialmente en el sector de las calles San Pablo y Matucana”, relata. Este nuevo lugar residencial está encuadrado bajo el proyecto inmobiliario llamado “Universo Matucana”, una serie de departamentos que se ubican en Matucana 700.

La contraparte de Cecilia se encuentra en la figura de don Ángel Guzmán, el cual afirma que lleva viviendo 55 años en el barrio. Atiende un pequeño local ubicado frente a la ex Posta 3. Este antiguo inmueble se ve en malas condiciones, con los vidrios rotos, la pintura descascarándose y de aspecto sucio. Don Ángel se encarga de explicar el por qué de esto. “La posta lleva abandonada cuatro años. Esto ha sido perjudicial para mi negocio, ya que antes, con la afluencia de público, lograba buenas ventas. Este edificio solamente se está usando como Registro Civil, para egreso de fallecidos, certificados de nacimiento y de antecedentes. Hace un par de años la posta se incendió y los bomberos destruyeron ventanas y paredes, pudiendo haber entrado simplemente por la puerta, que estaba abierta”, comenta. Además, cuenta que la situación de los edificios que poseen estructuras sin cuidado las usa el municipio para recomendar a las inmobiliarias qué inmuebles derribar, para volver a construir. “Los miembros de la municipalidad son unos buitres”, dice. También comenta sobre el gran agujero que se hizo en toda una manzana de Matucana, entre las calles Catedral y Santo Domingo para construir una estación intermodal frente a la estación de Metro Quinta Normal, la cual se detuvo por haber encontrado restos de un cementerio incaico.

Sobre el barrio, don Ángel afirma que éste ha cambiado negativamente. “Hoy en día se ve mucho movimiento de gente mala, en la juventud especialmente. Todos los días hay chicos pidiendo plata en la salida del metro. ¿Para qué? Para tomar cerveza, comprarse cigarros, etc. La juventud ha perdido el respeto por la gente mayor. Le contesta, no es amable, las relaciones entre las personas han cambiado mucho”. Eso si, señala con toda firmeza que no se cambiaría de aquí. “La tranquilidad para mí es la misma, la única diferencia que hay es que ahora existe mucha gente inquiera por la vida, que a veces hace cosas que no debería hacer. Pero no por eso voy a cambiarme del lugar en el que he vivido tantos años”, finaliza.

Es una realidad de un barrio que tiene una imagen comercial y cultural amplia, pero que también convive con problemas como la delincuencia y la violencia callejera.

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El que escribe

Mi nombre:
Jonathan

Escribo desde:
Maipú, Santiago, Chile

Estudiante de Periodismo que intenta hacer Periodismo con altura de miras.

Suena bonito, aunque ha sido (Y es) difícil tratar de lograr ese objetivo. Desde que entré a estudiar la carrera tenia claro que había cosas en la que me iba ir bien, mientras que tendría que luchar para que otras salieran de una forma decente. Dentro de esto último ha entrado el hecho de reportear. Escribir sobre mí, sobre mis problemas existenciales es, dentro de todo, fácil. Escribir sobre el resto, sobre lo que pasa en el mundo, es lo complejo. Y de hecho, es eso mismo lo que me instó a estudiar Periodismo. El periodista es capaz de estar un escalón más arriba que el resto de la gente en la tarea de construir realidades, conoce y sabe muchas más cosas que las personas, y la opinión del periodista (si está bien lograda) es respetada por el resto, tanto ratificándola como objetándola.

Siento que trabajando todos estos meses en el barrio, conociéndolo y tratando sus defectos y virtudes, me han hecho no sólo aprender muchas cosas para lograr lo que escribí más arriba, sino que también para ser también una persona un poco más íntegra. Eso es lo que quiero compartir con ustedes en este blog.

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