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Matucana On Fire!!!

De Matucana con amor

Ferreteros unidos. Pasado, presente y futuro

jueves, 11 de diciembre de 2008
En la segunda parte de la década de los 40, cuatro personas se ubicaron en las orillas del río Mapocho, cerca de lo que ahora se llama “El puente los carros”. Se situaron al lado de las pérgolas, aquellas que despedían a los difuntos en su último viaje, para ofrecer herramientas usadas a los transeúntes. Hoy, después de cerca de 60 años, 85 personas continúan con la tradición iniciada en ese entonces, dando forma al Centro Ferretero de Santiago, un centro comercial que lleva 12 años ofreciendo sus productos en el barrio de Matucana.

Ubicado en la calle Matucana 61, un galpón se abre todos los días a las nueve de la mañana para ofrecer artículos de construcción y ferretería a aquellos que pasen por el lugar. 85 son los locatarios que continúan una tradición generacional que proviene de más de medio siglo atrás, cuando el, en ese entonces, “mercado ferretero” no lo componían más de cuatro personas. Bastante tiempo ha pasado desde aquel entonces. Bien lo sabe doña Luisa Espinoza, una de las personas que más tiempo lleva trabajando en el Centro Ferretero de Santiago. Con poco más de 70 años hoy en día, comenzó a los 10, ayudando a sus padres a vender herramientas usadas. “En esos tiempos, no eran más de cuatro personas, recién estábamos empezando”, dice. No se ofrecían artículos nuevos, cuenta, simplemente porque no había o no se tenía el dinero para comprarlos. “Nos colocábamos en el suelo, igual como ahora lo hacen algunos que después arrancan cuando vienen los carabineros”, comenta y suelta una carcajada. Así fue hasta que un tiempo después, la municipalidad construyó unas pérgolas para las personas que vendían flores en el sector, pero que nunca ocuparon. “El problema es que ese lugar no tenía agua, entonces no le servía a los floristas, por lo que lo dejaron tirado. Entonces nosotros nos ubicamos ahí. No le dijimos a nadie, pero nunca nos hicieron problema por eso”, cuenta Luisa. Él único momento conflictivo para ellos, era cuando pasaban carrozas fúnebres con fallecidos que eran importantes. “Cuando pasaban regidores o diputados difuntos, teníamos que sacar las cosas porque se veía feo. Como teníamos puros cachureos, nos obligaban a cerrar”, relata. Esa fue su primera ubicación

Cuando ya empezaron a ser más personas las que se ponían a vender herramientas, los trataron de sacar del lugar. “Mandaban camiones de basura para llevarse nuestras cosas y tirarlas. Así que empezamos a ver otro sector para ubicarnos. Éramos como 80 personas en ese tiempo”, dice Luisa. Entonces se situaron en una parte de la ex Cárcel Pública de Santiago, hoy demolida. “Ahí la municipalidad nos hizo unos locales pequeños para vender nuestras cosas. Seguramente el alcalde de ese tiempo nos quería”, comenta, aludiendo a José Santos Salas, quien presidiera en la comuna de Santiago entre 1946 y 1950.

En ese lugar estuvieron arrendando por usar el terreno, hasta que se les avisó que el edificio iba a ser demolido. “De todas formas pasó mucho tiempo antes de que se nos fuéramos”, relata Luisa. Fue en la década de los 90 cuando se les solicitó la salida del lugar. “El alcalde Jaime Ravinet nos dio la posibilidad de venirnos acá a Matucana. Era un terreno que se estaba vendiendo y él nos lo recomendó para comprarlo”, cuenta José Carroza, uno de los vendedores del centro comercial, y también el presidente de la ACOMEP (Asociación de Comerciantes del Mercado Persa), una sociedad anónima cerrada que lleva las riendas del Centro Ferretero de Santiago. Claro que esto no estuvo exento de problemas. “Tratamos de pedir un crédito a través del Banco BCI, ya que varios tenemos cuentas ahí, pero éste no lo aprobó. Tuvimos que esperar a que Ravinet nos consiguiera un crédito con el Banco del Desarrollo para poder empezar a ver el tema de los dividendos. Gracias a don Jaime, el banco nos abrió las puertas y nos permitió comenzar este sueño”, cuenta.

Dentro de las bases del directorio, está establecida la protección para los dueños del los locales, no cualquiera puede adquirir un espacio en el centro comercial. “Somos muy meticulosos en ese sentido. Si queda algún puesto vacante y quiere ser llenado por una persona ajena al lugar, tiene que pasar por ciertos requisitos” explica José. Estos requisitos tienen que ver, por ejemplo, con el hecho de no ser importador, no pertenecer a empresas ferreteras grandes, no pertenecer a una sociedad comercial, entre otros. La idea, según José, es que todos sean pequeños empresarios. ”No dejamos que entre gente que pueda destruir el trabajo de nuestros colegas, y la imagen del lugar”, termina de acotar. La mayoría de los locales del centro comercial están administrados por generaciones completas de familias, que llegan a concentrar entre 10 y 15 tiendas por núcleo. “Acá trabajo yo, mis hijos, mis nueras, sobrinos, y hasta nietos. Todos en locales distintos” acota Luisa.

De todas formas tanto él como doña Luisa están felices. Es que sólo les queda un mes para terminar de pagar los dividendos y adquirir de forma definitiva los terrenos del lugar. “Fue complicado, porque empezamos a pagar justo en el momento de la crisis asiática, y los primeros tres años fueron durísimos. En algún momento pensábamos que no lo íbamos a lograr. Pero de a poco todo fue mejorando y comenzó a haber una estabilidad que se mantiene hasta el día de hoy. Trasladar la clientela desde Mapocho hasta acá fue, tal vez, lo más complicado”, comenta José y agrega. “Lo divertido de todo esto es que empezamos a pagar con una crisis a cuestas, y vamos a terminar de pagar con otra crisis encima”, dice. Felicidad que es compartida por Isabel Saperas, otra de las locatarias que ofrecen herramientas. Hace 17 años que trabaja en el lugar y dice estar feliz con su trabajo porque le permite hacer las cosas que le gustan. “Me hace sentir útil, además de que comparto con la gente y los clientes. Y tengo tiempo para leer también o ver televisión. Además, me gusta atender a hombres, porque saben lo que quieren comprar y no se andan con tanto rodeo como las mujeres”, cuenta esta fanática de los libros de Isabel Allende. Aunque está consciente de los peligros que ofrece trabajar en un lugar lleno de objetos contundentes. “Una vez me pegue con un rastrillo en la cara y tuve un moretón que no se fue en semanas. O también un día alguien puso un chuzo colgando del techo y se me cayó encima. Yo me tocaba la cabeza y sentía correr la sangre” comenta mientras le vende unas cuchillas a un hombre, de esas que sirven para sacar la cosecha de trigo. La misma sensación de utilidad es la que siente Luisa. “Acá todos los días son distintos, pasan cosas distintas. Eso hace que los días sean entretenidos. Si sólo estuviera en mi casa, haría las mismas cosas siempre: Hacer aseo, cocinar, ver televisión. Sería monótono” expresa.

Lo que llama la atención, es la gran cantidad de mujeres que se dedican a vender este tipo de artículos en el centro comercial. Artículos que son más asociados a los hombres. “Es que los hombres creen que una no sabe nada de estas cosas. Es parte de nuestra cultura machista”, dice Luisa, y agrega. “Muchas veces yo tengo que enseñarle a los hombres que vienen a consultar herramientas, porque se dan muchas vueltas tratando de explicar lo que necesitan”. Por otra parte, Isabel asegura que tiene que ver con el trato. “Las mujeres somos mejores vendedoras que los hombres, porque sabemos tratar mucho mejor a la clientela”, señala.

A la hora de las comparaciones entre la antigua ubicación en Mapocho y la actual, José argumenta que es como comparar a Pelé con Maradona. “Para la gente que trabajaba desde antes del cambio de recinto, dice que era mejor antes. Los que están después del cambio dicen que es mejor ahora”, cuenta. La diferencia se aprecia más notoriamente en el tamaño de los locales y los pasillos, que ahora son mucho más grandes que los antiguos, además de ser mucho más limpios, según explica Luisa. “Por lo demás, acá se habla de centro comercial, mientras que al antiguo lugar le decían persa”, sentencia Isabel.

Lo que se viene a futuro para el Centro Ferretero de Santiago está más o menos claro. “En un plazo de más o menos de entre tres y seis meses, vamos a pintar la fachada exterior, armar nuevos letreros para las tiendas, arreglar cosas que se han ido postergando para poder estar al día con las cuentas del banco, etc. La idea es volver a darle vida a la estructura, refaccionando todo lo que haya que arreglar, crear logos nuevos, cosas de ese tipo. De acá a medio año más, esto va a quedar espectacular”, señala José.

Ya son las 19 horas y el centro comercial empieza a bajar sus cortinas. “Generalmente, acá se cierra como a las siete y media, pero yo me voy como a las siete”, dice Isabel. Y es que tiene un motivo importante para irse antes. “Es que dan la teleserie y no me la pierdo. Me encantan las teleseries brasileñas”, cuenta, mientras cierra el local para irse. Un poco más al fondo por el pasillo, se ve a doña Luisa leyendo una revista (Clientes & Proveedores) donde le hicieron un reportaje hace algunos años. José se ve más lejos aún, pero está vendiéndole un par de guantes a un caballero con rasgos faciales asiáticos. La última venta del día antes de cerrar.

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El que escribe

Mi nombre:
Jonathan

Escribo desde:
Maipú, Santiago, Chile

Estudiante de Periodismo que intenta hacer Periodismo con altura de miras.

Suena bonito, aunque ha sido (Y es) difícil tratar de lograr ese objetivo. Desde que entré a estudiar la carrera tenia claro que había cosas en la que me iba ir bien, mientras que tendría que luchar para que otras salieran de una forma decente. Dentro de esto último ha entrado el hecho de reportear. Escribir sobre mí, sobre mis problemas existenciales es, dentro de todo, fácil. Escribir sobre el resto, sobre lo que pasa en el mundo, es lo complejo. Y de hecho, es eso mismo lo que me instó a estudiar Periodismo. El periodista es capaz de estar un escalón más arriba que el resto de la gente en la tarea de construir realidades, conoce y sabe muchas más cosas que las personas, y la opinión del periodista (si está bien lograda) es respetada por el resto, tanto ratificándola como objetándola.

Siento que trabajando todos estos meses en el barrio, conociéndolo y tratando sus defectos y virtudes, me han hecho no sólo aprender muchas cosas para lograr lo que escribí más arriba, sino que también para ser también una persona un poco más íntegra. Eso es lo que quiero compartir con ustedes en este blog.

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